15 de agosto
Y ahí estaba yo, un adolescente de 17 años, en medio de la plaza del pueblo, bajo un sol de justicia, con el corazón latiéndome en el pecho como un tambor. Iba vestido con el tradicional traje de chulapo madrileño, con mi boina roja y mi faja a rayas, y me sentía como si hubiera viajado en el tiempo a principios del siglo XX.
Era el 15 de agosto, la fiesta patronal de mi pueblo, y yo tenía el honor de ser el encargado de llevar la bandera de la Virgen. Era un momento que había esperado con ilusión durante todo el año, y ahora que había llegado, no podía evitar sentirme nervioso.
La procesión comenzó a las seis de la tarde, y la plaza estaba abarrotada de gente. Caminamos lentamente por las calles, al ritmo de la música de la banda, y la gente nos miraba con respeto y admiración. Yo me sentía orgulloso de ser parte de esta tradición y de poder honrar a nuestra patrona.
Cuando llegamos a la iglesia, la procesión entró y la gente se quedó fuera, esperando a que saliéramos. Dentro, la iglesia estaba llena de fieles, y el ambiente era solemne y emotivo. El cura dio un sermón sobre la importancia de la Virgen en nuestras vidas, y después cantó una salve.
Una vez que terminó la misa, salimos de la iglesia y la procesión continuó. Caminamos de vuelta a la plaza, y la gente nos aplaudió y vitoreó. Fue un momento inolvidable, y me sentí muy feliz de haber podido participar en esta tradición tan especial.
El 15 de agosto es un día muy importante para mi pueblo, y es un día que siempre recordaré con cariño. Es un día de fiesta, un día para estar con la familia y los amigos, y un día para honrar a nuestra patrona.
Y yo, que tuve el honor de llevar la bandera de la Virgen, me siento muy orgulloso de haber podido ser parte de esta tradición tan especial.