"Un latido que se niega a apagarse"
En medio del caos y el estruendo, un latido se aferraba tenazmente a la vida. Era el mío, el latido de una mujer que había experimentado la tragedia de frente. El accidente en Rosario había dejado su huella indeleble en mi cuerpo y en mi alma.
El impacto había sido brutal, un momento de horror que se grabó en mi memoria. El chirrido de los metales, el cristal estallando, y luego el silencio, un silencio ensordecedor que me envolvió como una pesada mortaja.
Cuando la conciencia regresó, lentamente, como si me despertara de un mal sueño, me encontré atrapada entre los retorcidos restos del auto. El dolor era insoportable, cada respiración era una punzada de agonía. Pero en medio de ese tormento físico, algo se mantenía inquebrantable: mi voluntad de vivir.
Luché por liberarme de los escombros, cada movimiento era una prueba de resistencia. Grité pidiendo ayuda, mi voz un débil eco en la oscuridad. Las horas pasaron como una eternidad, cada minuto una batalla contra el dolor y la desesperación.
"No voy a morir aquí, no puedo morir aquí", me repetía como un mantra. La supervivencia se convirtió en mi obsesión, mi única razón para seguir luchando. Imaginé a mis seres queridos, sus rostros llenos de esperanza y angustia. No podía dejarlos solos.
Finalmente, una luz apareció en la distancia, un faro de esperanza que me guió hacia la salvación. Rescatistas me liberaron de mi prisión de metal, sus rostros cubiertos de compasión y alivio. Fui trasladada de urgencia al hospital, donde los médicos lucharon incansablemente por salvar mi vida.
Días y noches se convirtieron en una danza entre la vida y la muerte. Las cirugías, los tratamientos, todo era una prueba de resistencia que superé con la misma tenacidad que había mostrado en medio de los escombros.
"El latido que no se rindió"
Hoy, las cicatrices de aquel accidente siguen siendo un recordatorio de lo frágil que puede ser la vida. Pero también son un testimonio del poder de la voluntad humana, de la capacidad de superar incluso los obstáculos más desgarradores.
He emergido de esta experiencia como una guerrera, con una nueva apreciación por la vida y una determinación inquebrantable de vivirla al máximo. El latido que se negó a apagarse aquel día sigue resonando en mi corazón, un latido de esperanza, de resiliencia y de pura supervivencia.
"Un llamado a la reflexión"
El accidente en Rosario no fue solo un suceso trágico, sino también una llamada a la reflexión. Nos recuerda la importancia de valorar cada momento, de apreciar la fragilidad de la vida y la fuerza del espíritu humano.
Conduzcamos con cuidado, respetemos las leyes de tránsito y valoremos el don de la vida. Que el testimonio de mi supervivencia sirva como un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza puede iluminar el camino.