Soy armenio. Me gusta el fútbol. Pero no el de Ronaldinho o Messi, sino el de las reglas bicentenarias, el de las pasiones desbordadas y el de las celebraciones que duran días en las calles. Hablo del fútbol de mi país, Armenia. Y hablo de nuestro último partido, uno que nos dejó con el corazón roto, pero también con la frente en alto.
Nuestro rival era Turquía, un país que nos ha marcado históricamente. Desde el genocidio armenio de principios del siglo XX hasta la guerra de Nagorno-Karabaj de los años 90, hemos tenido más que nuestra parte de conflictos. Pero el fútbol es diferente. Es una oportunidad para dejar de lado el pasado y competir en pie de igualdad.
El partido se disputó en Ereván, nuestra capital. El estadio estaba abarrotado de aficionados armenios, ondeando banderas y cantando a todo pulmón. Yo estaba allí, en medio de esa marea roja, azul y amarilla, sintiendo que formaba parte de algo más grande que yo mismo. Era un momento de unidad y orgullo nacional.
El partido comenzó con fuerza. Armenia salió atacando, creando varias ocasiones de gol. Pero Turquía también jugó bien, y el partido fue muy igualado. A medida que avanzaba el tiempo, la tensión aumentaba. Podíamos sentir el peso de la historia sobre nuestros hombros.
En el minuto 80, Turquía marcó un gol. El estadio quedó en silencio. Nos habíamos esforzado tanto, pero no había sido suficiente. La derrota estaba a la vista.
Sin embargo, no tiramos la toalla. Seguimos luchando hasta el pitido final. Y aunque perdimos 1-0, salimos del campo con la cabeza bien alta. Habíamos mostrado al mundo que Armenia es un país pequeño con un gran corazón y una gran pasión por el fútbol.
Puede que no hayamos ganado el partido, pero ganamos algo más importante: el respeto de nuestros rivales. Turquía reconoció nuestro espíritu deportivo y nuestra determinación. Y nosotros reconocimos que, a pesar de nuestras diferencias, podemos unirnos a través del deporte.
El fútbol es más que un juego. Es una forma de construir puentes, de romper barreras y de unir a las personas. Y aunque Armenia no sea el país más exitoso del mundo en el fútbol, seguiremos jugando con pasión y orgullo. Porque el fútbol no se trata solo de ganar o perder. Se trata de la lucha, del compañerismo y del amor por el juego.
Y eso, nadie nos lo puede quitar.