Como seguidor del Arsenal, ver a mi equipo enfrentarse al Bayern de Múnich en los octavos de final de la Champions League fue todo un suplicio. El equipo alemán, actual campeón de Europa, era el claro favorito y, sinceramente, no les veía ninguna posibilidad a los gunners.
El partido de ida en Londres fue un desastre. El Bayern nos aplastó por 3-1, dejando a mi corazón y a mi fe en el equipo hechos pedazos. Pero en la vuelta, en Múnich, algo increíble sucedió. El Arsenal, impulsado por un espíritu indomable, salió a jugar con el cuchillo entre los dientes.
Aunque el Bayern se adelantó en el marcador a los 27 minutos, el Arsenal no se rindió. Bukayo Saka, con su desparpajo y su magia inagotable, nos dio esperanza con un golazo. Y luego, en el minuto 81, ocurrió el milagro: Eddie Nketiah, el joven delantero que había sido tan criticado, marcó el gol del empate.
Arsenal, el equipo que casi nadie daba un duro por él, había conseguido lo imposible. Habían remontado al Bayern de Múnich, al mejor equipo de Europa, y habían demostrado que todo es posible en el fútbol. Ese partido fue más que una victoria, fue un renacimiento para el Arsenal.
Aquel día, aprendí que nunca hay que perder la esperanza, por muy difícil que parezca la situación. El Arsenal, con su corazón y su coraje, nos había enseñado que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay luz al final del túnel.
Y ahora, cuando veo al Arsenal jugar con ese espíritu indomable, me acuerdo de ese partido en Múnich. Recuerdo la alegría, la emoción y la esperanza que nos dio. Y sé que, pase lo que pase, siempre estaré orgulloso de ser aficionado del Arsenal.