¡Asesino mocejon!




Recuerdo cuando era un niño y jugaba en el patio trasero de mi casa. Era un día caluroso de verano y el sol brillaba intensamente. Estaba solo en el patio, jugando con mis juguetes, cuando de repente vi algo que se movía en la esquina de mi ojo.

Me giré para mirar y vi a un pájaro pequeño que estaba atrapado en una trampa. El pájaro estaba luchando desesperadamente por liberarse, pero cuanto más luchaba, más se enredaba. Me sentí muy mal por el pájaro, así que corrí hacia la trampa y comencé a intentar liberarlo.

Pero no pude hacerlo. La trampa estaba demasiado apretada y no pude abrirla. Intenté y intenté, pero no conseguía liberarlo. Finalmente, me rendí y me alejé, llorando.

Mientras me alejaba, oí un ruido detrás de mí. Me giré y vi al pájaro tendido en el suelo, muerto. Se había estrangulado con la trampa. Me sentí tan mal que lloré aún más fuerte.

Ese fue el día en que aprendí que a veces, por mucho que lo intentes, no puedes salvar a todos. Pero también aprendí que hay que intentarlo siempre, porque nunca sabes cuándo puedes marcar la diferencia.

Han pasado muchos años desde aquel día, pero nunca he olvidado a ese pájaro. Siempre que veo un pájaro atrapado en una trampa, recuerdo lo que pasó y me entristezco. Pero también sé que tengo que intentarlo siempre, porque nunca sabes cuándo puedes marcar la diferencia.

Si ves un pájaro atrapado en una trampa, por favor intenta liberarlo. Puede que no lo consigas, pero tienes que intentarlo. Nunca se sabe cuándo puedes marcar la diferencia.