Era una noche de otoño, fría y lluviosa. Yo estaba acurrucado en mi cama, leyendo un libro, cuando escuché un ruido en la ventana. Me levanté y fui a ver qué era. Cuando abrí la ventana, vi un pequeño pájaro empapado por la lluvia.
El pájaro estaba temblando y asustado. Lo tomé con cuidado entre mis manos y lo llevé adentro. Lo envolví en una toalla y lo coloqué cerca de la estufa para que se secara.
Mientras el pájaro se calentaba, yo preparé un poco de comida para él. Le di un poco de agua y unas semillas, y él se las comió con avidez.
Después de comer, el pájaro se acurrucó en mis manos y se quedó dormido. Yo lo miré dormir, pensando en lo frágil que era. Me alegré de haberlo encontrado y de poder ayudarlo.
A la mañana siguiente, el pájaro se había ido. Lo busqué por toda la casa, pero no pude encontrarlo. Me entristecí un poco, pero sabía que había hecho lo correcto al ayudarlo.
Unos días después, estaba caminando por el parque cuando vi un pájaro posado en una rama. El pájaro me miró y gorjeó. Yo le sonreí y seguí caminando.
Pero entonces, el pájaro voló hacia mí y se posó en mi hombro. Yo lo acaricié suavemente y le dije: "Hola, pajarito. Me alegro de verte".
El pájaro gorjeó de nuevo y luego voló hacia el cielo. Yo lo miré volar, sintiendo una oleada de alegría y gratitud.
Nunca supe si el pájaro que vi en el parque era el mismo que había rescatado, pero me gusta pensar que sí. Me gusta pensar que me reconoció y que volvió a visitarme para agradecerme.
Y así, cada vez que veo un pájaro, no puedo evitar sonreír. Pienso en el pequeño pájaro que rescaté y en la alegría que me dio. Y me siento agradecido por la oportunidad de haberlo ayudado.