¡Ay, Carlos Perciavalle, ese maestro del humor que nos hacía reír a carcajadas! Su ingenio, su chispa y su capacidad de hacernos olvidar nuestras penas aunque fuera por un rato eran únicas.
Recuerdo que de niño siempre me sentaba frente al televisor a esperar sus programas. No me perdía ni uno. Sus chistes, sus ocurrencias y sus personajes inolvidables me acompañaron durante toda mi infancia y adolescencia.
Una de las cosas que más me gustaba de Perciavalle era su capacidad de conectar con la gente. No importaba si eras rico o pobre, joven o viejo, él sabía cómo hacerte reír. Tenía un don especial para encontrar el humor en las situaciones más cotidianas y absurdas.
Pero además de hacernos reír, Perciavalle también nos enseñó mucho sobre la vida y sobre nosotros mismos. Nos enseñó que siempre hay que mirar el lado bueno de las cosas, que no hay que tomarse la vida demasiado en serio y que el humor puede ser una herramienta poderosa para superar las adversidades.
Recuerdo especialmente un sketch en el que interpretaba a un hombre que estaba intentando ligar con una mujer en un bar. El hombre era torpe y patoso, y no paraba de meter la pata. Pero en lugar de sentirse avergonzado, se reía de sí mismo y se lo tomaba con humor.
Ese sketch me enseñó que no hay que tener miedo a hacer el ridículo y que siempre es mejor reírse de uno mismo que tomarse las cosas demasiado en serio.
Carlos Perciavalle no solo fue un gran humorista, sino también una gran persona. Era amable, generoso y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Era un hombre que amaba la vida y que siempre veía el lado positivo de las cosas.
Lo extrañamos mucho, pero su legado sigue vivo en nuestros corazones. Sus chistes, sus ocurrencias y su humor nos acompañarán siempre.
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