Dana, una depresión aislada en niveles altos (DANA), azotó la isla de Mallorca el pasado 1 de noviembre de 2024, dejando tras de sí un rastro de destrucción y tristeza. El fenómeno meteorológico, que ya había causado estragos en Valencia, llegó a la isla con lluvias torrenciales y fuertes vientos, provocando graves inundaciones y destrozos en numerosas localidades.
Las torrenciales lluvias convirtieron las calles de Palma, la capital de la isla, en ríos embravecidos. El torrente de agua arrastraba coches, árboles y escombros, dejando a su paso un panorama desolador. Las imágenes de la ciudad, inundada y prácticamente paralizada, recordaban a las de un escenario de guerra.
Fuera de Palma, la situación era aún más dramática. En el municipio de Sant Llorenç des Cardassar, la crecida del torrente des Gorg des Molinar arrasó varias viviendas y provocó el fallecimiento de trece personas, entre ellas un niño de cinco años. La localidad quedó prácticamente destruida, con casas y negocios sepultados bajo el lodo y los escombros.
La tragedia de Sant Llorenç des Cardassar conmocionó a toda Mallorca y a España entera. Los equipos de rescate trabajaron incansablemente durante días, buscando supervivientes entre los escombros. Las labores de limpieza y reconstrucción se prolongaron durante meses, dejando una profunda huella en la comunidad.
Dana dejó tras de sí una isla herida, tanto física como emocionalmente. Los daños materiales fueron cuantiosos, pero aún más profundo fue el dolor por la pérdida de vidas humanas. La tragédia puso de manifiesto la fragilidad de la naturaleza y la necesidad de estar preparados para fenómenos meteorológicos extremos cada vez más frecuentes.
A medida que Mallorca se recupera de las heridas causadas por Dana, los expertos advierten que estos fenómenos serán cada vez más habituales en el futuro debido al cambio climático. La isla se enfrenta ahora al reto de reconstruir y adaptarse a una nueva realidad, en la que la protección frente a las catástrofes naturales será una prioridad absoluta.