¡Ay, Villa Gesell! La tranquilidad de tus playas y el bullicio de tus noches se vieron sacudidos por un terrible derrumbe. Un edificio de diez pisos se desplomó como un castillo de naipes, dejando tras de sí un rastro de polvo, escombros y corazones apesadumbrados.
Yo estaba lejos, pero sentí un nudo en el estómago cuando vi las noticias. "Varias personas atrapadas", decía el titular. "Entre siete y nueve desaparecidos". Mi mente empezó a dibujar escenas sombrías, a imaginar familias angustiadas y a temer por las vidas que se habían perdido.
Los bomberos y los equipos de emergencia se afanaron entre los escombros, con la esperanza de encontrar supervivientes. Cada minuto que pasaba era una nueva tortura para los que esperaban noticias. Horas después, el número de fallecidos ascendió a cinco. Cinco vidas truncadas, cinco familias destrozadas.
¿Cómo pudo suceder algo así? El edificio era nuevo, se suponía que era seguro. Pero algo falló. ¿Fue una construcción defectuosa? ¿Un error humano? ¿Un desastre natural? Las autoridades están investigando, pero las respuestas tardarán en llegar.
Mientras tanto, Villa Gesell llora a sus muertos. La comunidad está en duelo, unida por el dolor y la incredulidad. El sonido de las sirenas, que antaño era un recordatorio de la vida nocturna, ahora es un eco de tragedia.
Los edificios se pueden reconstruir, pero las vidas perdidas no. Las familias que han perdido a sus seres queridos nunca podrán ser las mismas. Que el recuerdo de los fallecidos sirva de consuelo a sus familias y de lección a todos nosotros sobre la importancia de la seguridad y la precaución.
Villa Gesell, te abrazo en tu dolor. Que encuentres la fuerza para sanar y reconstruir, y que este terrible acontecimiento sea un recordatorio para todos nosotros de que la vida es demasiado corta y preciosa como para darla por sentada.