Desaparecido en las Hoces del Duratón




"¿Qué pasaría si desaparecieras sin dejar rastro?"
Imagina despertarte y darte cuenta de que has perdido horas de tu vida, sin ningún recuerdo de lo que ocurrió durante ese tiempo. No hay mensajes, llamadas ni notificaciones que te den pistas. Es como si te hubieras esfumado en el aire.
Esta aterradora pesadilla le ocurrió a una persona en las Hoces del Duratón, un impresionante cañón en España. Un joven senderista llamado Jorge, un apasionado de la naturaleza y el aire libre, se adentró en los escarpados senderos del cañón un soleado sábado por la mañana.
"Hoy es un día perfecto para perderse", pensó Jorge mientras se abría paso entre la exuberante vegetación.
Jorge conocía bien la zona, pero ese día todo era diferente. Los familiares acantilados parecían más altos, las cuevas más sombrías y el río Duratón más caudaloso. Se apoderó de él una sensación de inquietud, como si algo extraño estuviera a punto de suceder.
De repente, oyó un ruido sordo tras él. Se dio la vuelta pero no vio nada. Se encogió de hombros y siguió caminando.
Pero el sonido se repitió, más fuerte esta vez. Jorge se detuvo en seco y giró la cabeza con cautela. No había nadie a la vista.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Se quedó allí parado unos minutos, escuchando atentamente. Nada. Silencio absoluto.
"Debo estar imaginando cosas", pensó Jorge, tratando de convencerse a sí mismo de que todo estaba bien.
Siguió caminando, pero ahora con una punzada de miedo en el corazón. El sol comenzaba a ponerse y las sombras se alargaban. Jorge se dio cuenta de que se había desviado del sendero principal.
"Rayos, me he perdido", murmuró para sí mismo.
Intentaba encontrar el camino de vuelta cuando oyó un ruido metálico. Se giró y vio algo que le heló la sangre: una cadena oxidada colgando de un árbol.
"No, esto no puede estar pasando", pensó Jorge, retrocediendo lentamente.
La cadena era gruesa y pesada, como la que se utiliza para atar barcos. Jorge recordó las historias que había oído sobre personas desaparecidas en los bosques, encadenadas a árboles o rocas.
El pánico se apoderó de él. Corrió hacia adelante, sin mirar atrás. Corrió hasta que sus pulmones ardieron y sus piernas cedieron.
Cuando finalmente se detuvo, estaba en un claro. El sol se había puesto y el cielo estaba oscuro como boca de lobo. Jorge se desplomó en el suelo, respirando con dificultad.
"Estoy perdido", se dijo a sí mismo. "Y creo que estoy en peligro".
Mientras Jorge yacía allí, tratando de recuperar el aliento, empezaron a oírse sonidos extraños a su alrededor. Eran sonidos de pasos, hojas crujiendo y algo que se arrastraba entre los arbustos.
Jorge se puso en pie de un salto y escaneó la oscuridad. No veía nada, pero los sonidos se estaban acercando.
Entonces, vio un destello de luz. Alguien o algo se estaba acercando. Jorge agarró una piedra y la lanzó hacia el ruido.
La piedra chocó contra algo y oyó un grito de dolor. Jorge corrió hacia el lugar donde había oído el ruido.
"¡Eh, estás ahí!", gritó Jorge. "¡Soy Jorge! ¡Estoy perdido!".
Hubo una pausa. Y entonces, una voz respondió:
"¡Jorge, soy yo, Juan! ¡Gracias a Dios que estás bien!".
Jorge sintió una oleada de alivio al reconocer la voz de su amigo. Juan, otro senderista, se había preocupado cuando Jorge no regresó a casa. Había estado buscándolo durante horas.
Juntos, Jorge y Juan encontraron el camino de vuelta al sendero principal. Caminaron durante lo que parecieron horas hasta que finalmente vieron la carretera.
Habían estado perdidos durante más de 12 horas. Jorge estaba exhausto, hambriento y deshidratado. Pero sobre todo, estaba agradecido de estar vivo.
La desaparición de Jorge en las Hoces del Duratón es un recordatorio de lo impredecibles que pueden ser los caminos y de lo importante que es estar preparado para lo inesperado.
Si te aventuras en la naturaleza, asegúrate de informar a alguien de tu itinerario, lleva provisiones y un dispositivo GPS. Y lo más importante, escucha tus instintos. Si algo no se siente bien, da la vuelta y vuelve.