El 11 de julio de 1991, ocurrió un fenómeno astronómico extraordinario que me marcó profundamente. Yo era una niña de solo 8 años, pero recuerdo vívidamente ese día como si fuera ayer.
Aquellos días previos al eclipse, el rumor corría por las calles de mi pueblo como el viento. La gente hablaba con asombro y curiosidad sobre el "gran espectáculo" que nos esperaba. Yo no entendía muy bien de qué se trataba, pero la emoción que todos sentían me contagió.
El día del eclipse, mis padres me llevaron a un campo abierto donde se habían reunido cientos de personas. El cielo estaba despejado, sin una sola nube que lo entorpeciera. Allí, con unas gafas especiales que nos habíamos comprado, esperamos pacientemente la llegada del momento.
A medida que el tiempo transcurría, la luz del sol comenzó a disminuir gradualmente.
Y entonces, sucedió. La luna comenzó a cubrir el sol, formando un disco oscuro y perfecto.
Observé el eclipse durante horas, maravillándome con su belleza y su misterio.
En los años que siguieron, el eclipse de 1991 se convirtió en un punto de referencia en mi vida.
Años más tarde, me convertí en astrónoma.
Para mí, el eclipse de 1991 fue más que un simple acontecimiento celestial. Fue un momento transformador que me abrió los ojos a las maravillas del universo y me inspiró a seguir mi sueño de explorar las estrellas.