El tan esperado y a la vez temido cambio de horario de invierno está sobre nosotros. Es como un misterio envuelto en un enigma envuelto en un cambio de hora. Un momento en el que el tiempo nos juega una mala pasada y nos deja confundidos y desorientados.
La respuesta es: atrasamos. En la noche del último domingo de octubre, tendremos que retrasar nuestros relojes una hora. Esa hora extra de sueño que disfrutamos en primavera se desvanecerá en el éter, dejándonos groguis y desorientados.
La razón es un poco más compleja que una simple preferencia por el cambio. El cambio de hora tiene como objetivo aprovechar al máximo la luz solar. En invierno, cuando los días son más cortos, atrasamos el reloj para tener más luz por la mañana. En primavera, lo adelantamos para disfrutar de más luz por la noche.
En teoría, sí. El cambio de hora puede reducir el consumo de energía al aprovechar la luz solar natural. También puede mejorar la seguridad vial, ya que hay más visibilidad por la tarde. Sin embargo, algunos estudios han cuestionado estos beneficios, citando efectos negativos en la salud y el sueño.
A pesar de su naturaleza confusa, el cambio de hora también tiene su lado divertido. Es una oportunidad para reírnos de nuestra propia torpeza temporal. ¿Quién no ha llegado tarde a una cita porque olvidó el cambio de hora? ¿O quién no ha tenido un día extra de lunes porque se quedó durmiendo hasta la hora "correcta"?