El apasionante encuentro entre el humilde C.D. Mirandés y el histórico Real Zaragoza prometía emociones fuertes, y vaya si las hubo. Como un David contra Goliat, los rojillos dejaron claro que su corazón y su garra iban a ser armas imponentes en este duelo de Copa del Rey.
Desde el pitido inicial, el Anduva se convirtió en un hervidero de pasión, con una afición local volcada con los suyos. El Mirandés, empujado por su gente, comenzó el partido con una intensidad encomiable, demostrando que no le pesaba la responsabilidad de enfrentarse a un equipo de Primera División.
Sin embargo, el Zaragoza, con su mayor experiencia y calidad, pronto se hizo con el control del juego. Sus hábiles delanteros, apoyados por un centro del campo sólido, comenzaron a generar peligro sobre la meta mirandesista.
Pero los rojillos, lejos de amedrentarse, resistieron con uñas y dientes cada acometida del rival. Su defensa se mostró firme y su portero, un auténtico muro, repelió una y otra vez los disparos de los maños.
A medida que avanzaba el partido, el Mirandés comenzó a ganar confianza y a creer en sus posibilidades. Sus rápidos ataques por las bandas comenzaban a poner en serios aprietos a la zaga zaragozana.
El gol, que parecía inevitable para el Zaragoza, se resistía a llegar. Los minutos pasaban y el Mirandés seguía aguantando el tipo, manteniendo la igualdad en el marcador.
En la segunda mitad, el guion del partido cambió por completo. El Mirandés, con un planteamiento más ofensivo, se lanzó al ataque con todo su ímpetu.
Sus jugadores, incansables y llenos de fe, creían que podían lograr la hazaña. Y así fue. En el minuto 65, un precioso centro desde la izquierda encontró la cabeza de un valiente delantero rojillo, que con un testarazo inapelable batió al guardameta del Zaragoza.
El Anduva estalló en júbilo. El Mirandés había conseguido lo impensable: adelantarse en el marcador ante un rival de superior categoría.
El Zaragoza, herido en su orgullo, reaccionó con fiereza. Los maños asediaron la portería mirandesista en busca del empate, pero la defensa rojilla y su sensacional portero volvieron a ser infranqueables.
El tiempo se agotaba y el Mirandés, con su corazón en un puño, resistía los últimos embates del Zaragoza.
Y entonces, cuando el pitido final resonó en el Anduva, se desató la locura. El Mirandés había logrado la victoria ante todo pronóstico, eliminando al histórico Real Zaragoza de la Copa del Rey.
Fue una noche mágica para los rojillos, una noche que quedará para siempre grabada en la memoria de sus aficionados.
El David mirandés había vencido al Goliat zaragozano, demostrando que en el fútbol, como en la vida, el tamaño no siempre importa.
¡Enhorabuena, Mirandés! ¡Habéis escrito una página inolvidable en la historia de la Copa del Rey!