¡Jesús María!




¡Ay, Jesús María! ¡Qué lío se ha armado! Hace unos días, mi vecina María me llamó desesperada. Su marido, Jesús, había perdido las llaves del coche. ¡Menudo marrón!
Me puse en marcha para ayudarles, claro. Me metí en mi coche y me dirigí a su casa. Cuando llegué, Jesús estaba dando vueltas como un loco, buscando las llaves por todas partes. María, por su parte, estaba sentada en el sofá, hecha un ovillo de nervios.
Me uní a la búsqueda y, después de media hora, ¡las encontramos! Estaban encima de la nevera, claro. ¡Cómo iba a imaginar Jesús que las había dejado allí!
Aliviados, nos dispusimos a irnos. Pero entonces, María se dio cuenta de que había perdido el bolso. ¡Madre mía! Volvimos a ponernos a buscar, pero esta vez no tuvimos tanta suerte. El bolso había desaparecido.
María estaba desconsolada. Llevaba dentro todos sus documentos, su dinero y sus llaves de casa. ¡Qué desastre!
Intentamos calmarla y le dijimos que denunciaría la pérdida. Pero nada parecía consolarla. Estaba desesperada.
De repente, a Jesús se le ocurrió una idea. ¿Y si utilizaban la aplicación de localización del móvil de María? Quizá podrían rastrear su bolso. ¡Eureka!
Dicho y hecho. Jesús abrió la aplicación y, para su sorpresa, ¡el bolso estaba en la otra punta de la ciudad! ¡Alguien se lo había llevado!
No perdimos ni un segundo. Nos subimos al coche y fuimos a por el bolso. Cuando llegamos, estaba tirado en la calle, vacío. ¡Habían robado todo!
María estaba desolada. Había perdido todos sus documentos, su dinero y sus llaves. Pero al menos habían recuperado el bolso.
Aprendimos una valiosa lección aquel día: ¡nunca dejes las llaves en la nevera! Y si pierdes algo, no te desesperes. Siempre hay esperanza de recuperarlo.
¡Jesús María! ¡Qué follón!