Kaminski, un hombre enigmático que entró en mi vida y la cambió para siempre. Conocernos fue como un golpe de suerte, un encuentro que eclipsó todo lo demás.
Recuerdo el día como si fuera ayer. Caminaba por las calles concurridas, perdido en mis pensamientos, cuando un extraño sonido atrajo mi atención. Era una melodía suave, casi etérea, que emanaba de una pequeña tienda de música. Al acercarme a la ventana, vi a un hombre sentado al piano, sus dedos danzaban sobre las teclas con destreza.
Su mirada se encontró con la mía a través del cristal, y en ese instante supe que tenía que entrar. El interior de la tienda era acogedor y estaba inundado por el aroma de las páginas envejecidas. Me acerqué tímidamente al piano, y él me ofreció una sonrisa cálida.
"¿Te gustaría tocar?", preguntó. Y así, con cierta vacilación, me senté en el banco junto a él. Nuestras manos se entrelazaron sobre las teclas, y la música brotó como una fuente. Fue un momento mágico, como si el tiempo se hubiera detenido.
Hablamos durante horas ese día, descubriendo que compartíamos una misma pasión por la música. Me contó su historia: cómo había viajado por el mundo, tocando su piano en pequeñas salas y grandes auditorios. Sus palabras me cautivaron, despertando en mí un anhelo por descubrir lo desconocido.
Kaminski se convirtió en mi mentor, mi confidente y mi amigo. Me enseñó el poder de la música, su capacidad de conectar a las personas y de inspirar sueños. Juntos, creamos una sinfonía de recuerdos, desde noches estrelladas tocando en el parque hasta actuaciones improvisadas en cafés acogedores.
Pero nuestro tiempo juntos no podía durar para siempre. Un día, Kaminski me anunció que se iba, que tenía que seguir su camino. Aunque me entristeció su partida, entendí que su música debía seguir tocando los corazones de otros.
En su ausencia, su legado sigue vivo dentro de mí. Sigo tocando el piano, llevando su espíritu y su amor por la música allá donde voy. Kaminski, mi maestro, mi amigo, mi inspiración, siempre estarás en mi corazón.