En un tranquilo valle apartado, donde el sol brillaba intensamente y los pájaros cantaban melodiosamente, se desató una peculiar tormenta que hizo historia: "La Pedrea". Como si un ejército de gigantes invisibles se hubiera puesto a lanzar piedras desde el cielo, una lluvia de rocas de todos los tamaños se abatió sobre la tierra.
Los habitantes del pueblo, sorprendidos y asustados, buscaron refugio dentro de sus casas. Pero las piedras, implacables, continuaron cayendo con fuerza aterradora. Los tejados se hicieron añicos, las ventanas estallaron y las calles se convirtieron en un mar de escombros.
Según cuentan los ancianos del lugar, el cielo se oscureció y se arremolinó con una furia sin precedentes. Las piedras, algunas del tamaño de puños, otras de melones, caían sin descanso, como si la propia Tierra estuviera resquebrajándose bajo el peso de la ira celestial.
Los animales corrían despavoridos, buscando cualquier escondite que pudiera protegerlos de la imprevista furia de la naturaleza. Los árboles se tambaleaban y gemían, sus ramas se rompían por la fuerza de los impactos. El aire se llenó de un zumbido espeluznante, como el murmullo de innumerables espíritus vengativos.
Mientras la tormenta rugía, un joven llamado Pedro, que había estado cuidando el ganado en las colinas cercanas, quedó atrapado en medio del aguacero de piedras. Desesperado, buscó refugio debajo de una gran roca, pero una piedra enorme lo golpeó con fuerza, dejándolo inconsciente.
Cuando Pedro despertó, la tormenta había pasado y el sol brillaba con una intensidad renovada. El valle estaba en ruinas, y el polvo y los escombros llenaban el aire. Conmocionado y dolorido, Pedro se levantó tambaleándose y se dirigió a su pueblo.
Los aldeanos, abatidos y empobrecidos, recibieron a Pedro con asombro. Le habían dado por muerto, pero allí estaba, vivo y milagrosamente ileso.
Pedro les contó su historia, y la gente del pueblo quedó conmocionada por su extraordinaria supervivencia. Decidieron llamar a la tormenta "La Pedrea", en honor al joven que había resistido su furia y había vivido para contarla.
Con el tiempo, "La Pedrea" se convirtió en una leyenda, una historia que se transmitió de padres a hijos, un testimonio del poder sobrecogedor de la naturaleza y de la frágil resiliencia del ser humano.