¡Madre mía, qué milagro!




Me encontraba en la cocina, rebanando un aguacate para mi tostada matutina, cuando de repente escuché un estruendoso golpe proveniente de la sala de estar. Con el corazón latiéndome con fuerza, dejé caer el cuchillo y corrí hacia el ruido.


Al entrar en la habitación, me quedé atónita por lo que vi. La ventana del balcón estaba completamente destrozada, los cristales rotos esparcidos por el suelo. En medio del caos, yacía una figura inmóvil. Corrí hacia ella, el temor se apoderó de mí.


Era mi querida vecina, la anciana Doña María. Estaba inconsciente, su rostro pálido y ensangrentado. En ese momento, sentí un frío escalofriante recorrerme la columna vertebral. Había presenciado un accidente terrible.


Rápidamente, marqué el número de emergencias y pedí ayuda. Mientras esperaba que llegaran los paramédicos, traté de calmar a Doña María, susurrándole palabras tranquilizadoras al oído.


Cuando llegó la ambulancia, los paramédicos se llevaron a Doña María al hospital. Yo los seguí en mi coche, rezando todo el camino por su recuperación. Al llegar al hospital, me informaron de que había sufrido una grave caída desde el balcón. Sus lesiones eran graves, pero los médicos estaban haciendo todo lo posible por salvarla.


Esperé ansiosamente durante horas, el teléfono en la mano, esperando noticias. Finalmente, el médico salió de la sala de cirugía y me informó de que Doña María había sobrevivido a la operación. Estaba estable pero aún en coma. Los médicos eran optimistas sobre sus posibilidades de recuperación, pero me advirtieron de que el camino sería largo.


Visité a Doña María todos los días en el hospital. Le leía libros, le hablaba y le sostenía la mano. Cada día, rezaba para que se despertara y volviera a su vida.


Una mañana, casi dos semanas después del accidente, ocurrió un milagro. Doña María abrió los ojos. Me miró con una débil sonrisa y susurró: "Gracias, hija mía. Gracias por cuidarme."


En ese momento, sentí una oleada de alegría y alivio que nunca había experimentado antes. Mi vecina, mi amiga, había regresado. Y todo gracias a un accidente que casi me había robado la vida.


Doña María se recuperó por completo y regresó a su hogar. A menudo viene a visitarme, y siempre que lo hace, me recuerda el milagroso día en que volvió a la vida. Es un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza y los milagros siempre pueden encontrarse.