En el corazón de Alemania, en el estado de Sajonia-Anhalt, se encuentra Magdeburgo, una ciudad que alguna vez fue conocida como "El pueblo que perdió la cabeza". Este curioso título se debe a una historia poco común que ocurrió aquí a principios del siglo XIII.
Todo comenzó con el arzobispo Albero de Kevernberg, un hombre ambicioso y de mal genio. En un intento por aumentar su poder e influencia, Albero se involucró en una guerra con los margraves de Brandeburgo. Sin embargo, el ejército de Albero fue derrotado y él mismo fue capturado.
Los margraves, furiosos por la guerra innecesaria, decidieron castigar a Albero de una manera cruel y humillante. Lo decapitaron y enviaron su cabeza, como un macabro trofeo, a la ciudad de Quedlinburg. Los habitantes de Magdeburgo, conmocionados y enfurecidos, se negaron a aceptar la pérdida de su líder.
Un grupo de valientes ciudadanos se embarcó en un peligroso viaje a Quedlinburg para recuperar la cabeza de Albero. Se disfrazaron de comerciantes y lograron infiltrarse en la ciudad. En medio de la noche, irrumpieron en la cripta donde se guardaba la cabeza y la robaron.
Regresaron triunfalmente a Magdeburgo, donde la cabeza de Albero fue recibida con alegría y alivio. Los ciudadanos la colocaron en un relicario especial y la veneraron como un símbolo de su resistencia y valentía. A partir de ese día, Magdeburgo fue conocida como "El pueblo que perdió la cabeza y la recuperó".
Hoy, la historia de Magdeburgo y su famosa cabeza decapitada se sigue contando con orgullo. Se ha convertido en una parte integral de la identidad de la ciudad y un recordatorio de que incluso en los tiempos más oscuros, el espíritu humano puede prevalecer.
Si visitas Magdeburgo, asegúrate de visitar la Catedral de Magdeburgo, donde se encuentra el relicario que contiene la cabeza de Albero. Es un testimonio del coraje y la determinación de un pueblo que se negó a ser vencido.