¡Atención, amigos! Llegó el momento de cubrirnos la cara y protegernos del bicho ese que anda rondando. Sí, señores y señoras, las mascarillas ya no son una opción, ¡son la ley!
Ya sé lo que estáis pensando: "Pero qué rollo, me ahogo con estas cosas". Pues nada, toca aguantarse porque, como decía mi abuela, "cuando hay que apretarse el cinturón, hay que apretárselo".
Pero no os preocupéis, que yo también he tenido mis peripecias con las mascarillas. Un día de estos, me fui a la tienda a comprar un poco de leche y resulta que se me había olvidado la dichosa mascarilla. Y claro, como ando siempre con el culo al aire, no me di cuenta hasta que estaba en la caja. ¡Menuda cara de pánico que se me quedó!
Allí estaba yo, con la leche en una mano y la vergüenza en la otra, cuando de repente se me acercó un señor muy amable y me dijo: "No te preocupes, hijo, yo te presto una". Y ahí estaba yo, con una mascarilla prestada y sintiéndome como un niño pequeño que se ha perdido en el parque.
Así que ya sabéis, si no queréis que os pase lo mismo que a mí, llevad siempre encima vuestra mascarilla. Porque, aunque sean un rollo, al menos nos protegen de ese bicho invisible que nos quiere chinchar.
Recuerda, amigos, que las mascarillas son una herramienta más para protegernos y proteger a los demás. Úsalas con responsabilidad y, sobre todo, ¡con humor! Porque, al final, lo importante es reírnos de nosotros mismos y no de los demás.
¡Nos vemos en la próxima, con o sin mascarilla!