Miguelo. Un nombre que pronunciaba con orgullo como un niño, pero que se convertía en una pesadilla en la adolescencia. ¿Por qué mis padres me dieron un nombre tan extraño? ¿Por qué no podía ser Juan, Pedro o José, como todos los demás? El bullying se apoderó de mí hasta que llegué a odiar ese sonido que alguna vez fue mi identidad.
Párrafo 2: Sin embargo, con el tiempo, algo cambió dentro de mí. En la universidad, conocí a personas de todo el mundo, cada una con nombres únicos y hermosos. Empecé a apreciar la singularidad de mi nombre, a comprender que era un reflejo de la diversidad cultural que me rodeaba.
Párrafo 4:
Hoy, abrazo plenamente mi nombre, "Miguelo". Es mi bandera, mi declaración de identidad. Me recuerda la fuerza y el amor de mis abuelos, la diversidad del mundo en el que vivo y la importancia de ser fiel a uno mismo.
Párrafo 5: El camino hacia la aceptación no fue fácil, pero me enseñó que incluso las cosas que más nos avergüenzan pueden convertirse en nuestra mayor fuente de orgullo. Animo a todos a abrazar sus nombres únicos, no importa lo extraños que parezcan.
Párrafo 6: Como dijo una vez el escritor Paulo Coelho: "El nombre que te dieron tus padres es como una semilla. Eres libre de cultivarla o dejarla marchitar". Yo elegí cultivarla y hacer que floreciera en un símbolo de mi viaje único.
Párrafo 7: ¿Y en cuanto al niño que solía ser? Sigue ahí dentro de mí, pero ahora es un niño que está agradecido por el nombre que tiene, un nombre que le recuerda su legado y su lugar en este mundo diverso y enriquecedor.