Milán-Parma, un viaje por la memoria




El tren se desliza por las vías, devorando kilómetros y recuerdos. El paisaje se despliega ante mis ojos como una película en cámara lenta: campos verdes, pueblitos dormidos, colinas onduladas.

Estoy viajando de Milán a Parma, un trayecto que me transporta a un pasado que creía olvidado. En mi mente, las imágenes se suceden como instantáneas: paseos por las calles adoquinadas de Parma, aromas de Parmigiano Reggiano flotando en el aire, tardes de risas y complicidad.

Éramos jóvenes y llenos de sueños, un grupo de amigos que compartíamos todo, desde libros hasta secretos. Parma era nuestro refugio, el lugar donde éramos libres de ser nosotros mismos. Recuerdo las tardes en el Parco Ducale, tumbados en el césped, mirando las nubes pasar y hablando de nuestros planes para el futuro.

Los años pasaron, las vidas tomaron caminos distintos y aquellos lazos se fueron debilitando. Pero el recuerdo de Parma permaneció intacto, un eco lejano que siempre me acompañaba.

Y ahora, el tren se aproxima a la estación y un nudo de emoción se forma en mi garganta. Parma me espera, con sus calles familiares y sus secretos aún sin descubrir. Es un viaje a un pasado que todavía me pertenece, un regreso a un lugar donde los sueños aún son posibles.

El tren se detiene y salgo al andén, el corazón latiéndome en el pecho. Miro a mi alrededor, buscando rostros conocidos, pero solo veo caras desconocidas. No importa. Parma sigue siendo mi hogar, aunque haya cambiado.

Comienzo a caminar, dejando que la ciudad me envuelva. Cada esquina, cada edificio guarda un recuerdo. Aquí está el café donde solíamos tomar capuchinos y discutir sobre literatura. Allí, la tienda donde compré mi primer libro de poesía. Y más allá, la plaza donde nos reuníamos para celebrar nuestros triunfos y llorar nuestras derrotas.

Parma me recibe con los brazos abiertos, como una madre que acoge a su hijo pródigo. Sus calles me hablan, sus aromas me transportan. Es un viaje a mis raíces, a mi propia identidad.

Mientras camino, pienso en mis amigos de antaño. ¿Dónde estarán ahora? ¿Recordarán también a Parma con tanto cariño como yo? Tal vez sea el momento de volver a conectar, de revivir aquellos lazos que se rompieron pero que aún siguen latiendo en algún lugar.

El sol comienza a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. Me siento en un banco en el Parco Ducale y contemplo la ciudad. Parma, mi Parma, sigue siendo igual de hermosa que cuando la dejé. Y yo, aunque haya cambiado con los años, sigo siendo el mismo niño que soñaba aquí.

El tren de regreso a Milán parte dentro de unas horas, pero no tengo prisa por irme. Quiero disfrutar cada momento en esta ciudad que tanto amo. Parma, mi pasado, mi presente, mi futuro.