Un accidente impactante dejó a los transeúntes atónitos este pasado fin de semana en las calles de Ávila. Un microbús perdió el control y se estrelló contra un muro, creando un caos y sembrando el miedo entre los presentes.
Yo estaba caminando cerca cuando escuché un fuerte estruendo. Al voltear, vi el bus inclinado, medio colgando sobre una jardinera. El cristal destrozado brillaba bajo el sol, y personas salían tambaleándose, algunas con heridas visibles.
El impacto me dejó sin aliento. Sin pensarlo, corrí hacia el lugar del accidente. Los pasajeros salían mareados, pero vivos. Había abueletes temblando, niños llorando y una mujer que no paraba de repetir: "Gracias a Dios estamos bien".
Entre los heridos, vi a un hombre joven con la pierna ensangrentada. Ayudé a socorrerlo, tratando de calmar su pánico. Era evidente que estaba conmocionado, pero consciente. Su mirada me decía lo que no podía expresar con palabras: había escapado de la muerte por un pelo.
Mientras llegaban los servicios de emergencia, el ambiente era de solidaridad y alivio. Los transeúntes se unieron para ofrecer ayuda, desde agua hasta apoyo emocional. Una anciana con un rosario en la mano rezaba en voz alta, como si quisiera conjurar el dolor y el miedo.
El accidente de Ávila fue un recordatorio de lo frágil que es la vida. Pero también fue un testimonio del espíritu humano, capaz de sobreponerse a la adversidad y brindar apoyo en los momentos más difíciles. Los pasajeros del microbús tuvieron una segunda oportunidad, un milagro que apreciarán por siempre.
Que este trágico suceso nos sirva para valorar la vida, agradecer cada día y recordar que la solidaridad y el apoyo mutuo son los pilares fundamentales de nuestra humanidad.