En el baúl de mi infancia, entre recuerdos polvorientos y sueños olvidados, habita una muñeca especial: Muñequita Milly.
Su rostro, de porcelana impecable y ojos azules como el cielo, sonreía serenamente. Su cabello rubio, largo y sedoso, caía en suaves ondas sobre sus hombros. Vestía un precioso vestido rosa, adornado con encajes y lazos. Su pequeña mano sostenía un osito de peluche, su inseparable compañero.
Muñequita Milly se convirtió en mi fiel confidente, mi mejor amiga imaginaria. Juntas, exploramos mundos fantásticos, donde la imaginación era el único límite. Ella escuchaba atentamente mis historias, mis miedos y mis sueños. Nunca me juzgó, siempre estuvo ahí para mí.
Un vínculo especial:
Con el tiempo, nuestro vínculo se hizo más fuerte. Muñequita Milly se convirtió en una parte esencial de mi vida. La llevaba conmigo a todas partes, desde la escuela hasta los picnics en el parque. Era mi consuelo en los momentos difíciles y mi alegría en los buenos.
Los años pasaron, y yo crecí y cambié. Pero mi amor por Muñequita Milly nunca se desvaneció. La guardé cuidadosamente en su caja, sabiendo que algún día volveríamos a encontrarnos.
Un reencuentro emotivo:
Hace poco, mientras limpiaba el ático de mi casa, descubrí el baúl de mi infancia. Allí, entre viejos juguetes y cartas olvidadas, yacía Muñequita Milly. La recogí con cuidado, sus ojos azules parecieron brillar con un destello de reconocimiento.
En ese momento, me invadió una oleada de nostalgia y emoción. Sentí como si volviera a ser niña, con todos mis sueños y esperanzas intactas. Muñequita Milly había sido un hilo conductor a través de los años, conectándome con mi pasado y mi presente.
Hoy, Muñequita Milly ocupa un lugar de honor en mi hogar. No es solo una muñeca, es un símbolo de mi infancia, de la imaginación y del amor que nunca muere. Cada vez que la miro, no puedo evitar sonreír, recordando los preciosos momentos que compartimos.