Ourense - Valladolid




¿Quién iba a pensar que dos equipos tan modestos como Ourense y Valladolid iban a protagonizar uno de los partidos más emocionantes de la Copa del Rey?
Yo, desde luego, no. De hecho, ni siquiera sabía que existía el Ourense. Pero ahí estaba yo, sentado en la grada del estadio de O Couto, con el corazón en un puño.
El partido empezó como era de esperar: el Valladolid, equipo de Primera División, dominando el juego y el Ourense, de Segunda B, aguantando el tirón. Pero poco a poco, los locales fueron creciendo y empezaron a crear peligro.
Y entonces llegó el gol. Un córner botado por el Ourense acabó en los pies de un defensa del Valladolid, que en un intento de despejar, marcó en propia puerta. El estadio estalló en júbilo.
El Valladolid no se vino abajo y siguió atacando, pero el Ourense se defendía con uñas y dientes. Y cuando todo parecía perdido, llegó el segundo gol. Un contragolpe perfecto que culminó con un disparo cruzado de un joven delantero local.
El estadio se vino abajo. La afición del Ourense estaba en éxtasis. Yo también. No podía creer que un equipo de Segunda B estuviera a punto de eliminar a un Primera.
Pero el Valladolid no se rindió. Siguió atacando y consiguió reducir diferencias. Y cuando ya no quedaba tiempo, un cabezazo de un defensa visitante puso el empate en el marcador.
La afición del Ourense se quedó muda. El sueño se había acabado. Pero no había tiempo para lamentaciones. El Ourense había hecho historia y había demostrado que, en el fútbol, todo es posible.
Y yo, que nunca había oído hablar del Ourense, me fui del estadio con una sonrisa en la cara. Había sido un partido inolvidable.