De repente, vi una luz en la distancia.
Corrí hacia ella con la esperanza de encontrar ayuda.
Resultó ser una pequeña cabaña de madera.
Llamé a la puerta y un anciano me abrió.
Le expliqué que me había perdido y me preguntó si podía quedarme allí por la noche.
Aceptó y me invitó a pasar.
La cabaña era pequeña y acogedora.
Había una chimenea encendida y el olor de la comida cocinándose.
Me senté junto al fuego y me sentí agradecido de haber encontrado un lugar seguro para pasar la noche.
El anciano me ofreció algo de comida y hablamos durante horas.
Me contó historias sobre su vida y yo le conté historias sobre la mía.
Me sentí muy a gusto con él.
A la mañana siguiente, el anciano me dio instrucciones para volver a casa.
Le agradecí su ayuda y me fui.
Cuando llegué a casa, me di cuenta de que me había perdido más que físicamente.
Había perdido mi sentido de dirección y mi confianza en mí mismo.
Pero también había encontrado algo nuevo: un amigo.