¿Has estado alguna vez tan seguro de algo que estabas dispuesto a apostar tu vida por ello? Yo sí. Y perdí.
Era una tarde lluviosa y fría, y yo estaba sentado en mi sofá, viendo los resultados de las elecciones en la televisión. Estaba convencido de que mi candidato iba a ganar, y lo había dicho tantas veces que mis amigos y familiares estaban empezando a cansarse de oírlo.
Pero entonces, llegó el golpe. Mi candidato había perdido. No sólo había perdido, sino que había perdido por un margen muy estrecho. Estaba aturdido.
No podía creer que hubiera estado tan equivocado. Había estado tan seguro de que mi candidato iba a ganar que ni siquiera me había molestado en votar. Y ahora, me arrepentía de ello.
Pasé los siguientes días en un estado de shock. No podía creer que mi candidato hubiera perdido. Me sentía traicionado y enfadado. ¿Cómo podía haber pasado esto?
Entonces, recordé algo que mi padre me había dicho una vez: "Nunca des nada por sentado". Se refería a la vida en general, pero en ese momento, sus palabras cobraron un nuevo significado para mí.
Me di cuenta de que había dado por sentado que mi candidato iba a ganar. No había tenido en cuenta la posibilidad de que perdiera. Y ahora, estaba pagando el precio.
Desde entonces, he aprendido una valiosa lección. Nunca des nada por sentado. Siempre hay una posibilidad de que las cosas no salgan como esperas. Y si no estás preparado para ello, te llevarás una gran decepción.
Así que, la próxima vez que estés seguro de algo, tómate un momento para considerar la posibilidad de que puedas estar equivocado. Y si lo estás, no te castigues por ello. Sólo aprende de tu error y sigue adelante.
Porque la vida es demasiado corta para dar las cosas por sentadas.