Siboldi era un pueblo pequeño y tranquilo, situado en el corazón de la provincia. Sus habitantes eran gente sencilla y trabajadora, que vivía en armonía y paz.
Pero un día, todo cambió. Una extraña enfermedad se propagó por el pueblo, convirtiendo a sus habitantes en criaturas agresivas y violentas.
El pánico se apoderó de Siboldi. Las calles quedaron desiertas, y las casas se cerraron a cal y canto. El único sonido que se escuchaba era el de los gritos de los enfermos.
María era una joven madre que vivía en Siboldi. Cuando la enfermedad se desató, su marido fue uno de los primeros en caer enfermo.
María luchó contra viento y marea para salvar a su marido, pero todo fue en vano. Murió en sus brazos, dejándola sola con su hijo pequeño.
Se convirtió en una especie de ángel de la guarda para los desafortunados que todavía estaban sufriendo. Les proporcionó comida, agua y medicinas, y les dio esperanza en un momento de desesperación.
María sabía que se estaba poniendo en riesgo al quedarse en Siboldi, pero no podía soportar la idea de dejar a sus vecinos abandonados a su suerte.
Siguió cuidando de los enfermos hasta que ella misma se contagió. Murió en paz, sabiendo que había hecho todo lo posible para ayudar a su pueblo.
La historia de María es un testimonio del poder del amor y el sacrificio. Ella es una verdadera heroína, que dio su vida para salvar a otros.
La enfermedad finalmente se detuvo, y los pocos supervivientes comenzaron a reconstruir sus vidas.
Siboldi nunca volvió a ser el mismo, pero sus habitantes nunca olvidaron el sacrificio de María. Construyeron una estatua en su honor, y su historia se sigue contando hasta el día de hoy.
La historia de Siboldi es un recordatorio del poder de la comunidad y el espíritu humano.
Incluso en los momentos más oscuros, siempre hay esperanza. Y mientras haya gente dispuesta a sacrificarse por los demás, el mundo siempre será un lugar mejor.