¿Un mundo donde no hubiera pobreza, ni guerras, ni enfermedades? Un mundo donde todos fuéramos felices y viviéramos en armonía. Pues yo os voy a contar la historia de un mundo así.
Había una vez un lugar llamado Perfectia. Era un lugar donde todo era perfecto. La gente era guapa, amable y feliz. No había pobreza, ni guerras, ni enfermedades. Todo el mundo tenía todo lo que necesitaba, y nadie pedía más.
Un día, una joven llamada Anya llegó a Perfectia. Venía de un mundo diferente, un mundo donde la vida era dura y había mucha pobreza y sufrimiento. Anya estaba asombrada por lo que veía en Perfectia. Nunca había visto un lugar tan hermoso y perfecto.
A medida que Anya exploraba Perfectia, se dio cuenta de que algo no cuadraba. La gente era demasiado perfecta. Eran tan guapos, amables y felices que parecía falso. Anya empezó a sospechar que algo no iba bien.
Un día, Anya conoció a un anciano sabio. El anciano le contó a Anya que Perfectia no era tan perfecta como ella pensaba. Dijo que había un precio que pagar por toda esa perfección.
El anciano le dijo que la gente de Perfectia había renunciado a su libre albedrío para vivir en un mundo perfecto. No podían elegir lo que querían hacer o decir, y siempre tenían que seguir las reglas.
Anya se quedó horrorizada. No podía creer que la gente de Perfectia hubiera renunciado a su libertad por la perfección. Le preguntó al anciano por qué lo habían hecho.
El anciano le dijo que habían tenido miedo. Habían tenido miedo de la pobreza, la guerra y la enfermedad. Habían tenido miedo de sufrir.
Anya se dio cuenta de que el anciano tenía razón. La gente de Perfectia había renunciado a su libertad por miedo. Habían elegido la seguridad y la comodidad sobre el riesgo y la incertidumbre.
Anya decidió abandonar Perfectia. No podía vivir en un mundo donde la gente había renunciado a su libertad. Quería vivir en un mundo donde pudiera elegir su propio destino, aunque eso significara que podría sufrir.
Cuando Anya regresó a su mundo, se sintió triste por dejar Perfectia atrás. Pero también se sintió aliviada. Se había dado cuenta de que la verdadera felicidad no está en la perfección, sino en la libertad de elegir tu propio camino.
Y así, Anya vivió su vida al máximo, sabiendo que la verdadera felicidad está en la libertad de elegir tu propio camino, aunque eso signifique que puedas sufrir.