Temblor tucuman




Dicen que los tucumanos somos tranquilos, pero no sé si será verdad. Porque aquí, en esta tierra de yungas y valles, la tierra tiembla seguido. Y cuando tiembla, tiembla en serio.

Recuerdo como si fuera ayer el temblor del 2016. Yo estaba en mi casa, durmiendo tranquilamente, cuando de repente sentí que todo se movía. La cama se sacudía, las paredes crujían y los cuadros se caían de las paredes. Salí corriendo a la calle y vi que todo el mundo estaba igual de asustado que yo. La gente gritaba y corría, y los edificios se tambaleaban como si fueran de papel.

Ese día, la tierra tembló durante casi un minuto. Fue un terremoto de 6,9 grados en la escala de Richter, y el más fuerte que se había registrado en Tucumán en los últimos años.

Afortunadamente, no hubo víctimas mortales, pero sí muchos heridos y daños materiales. Se cayeron casas, se agrietaron edificios y se cortaron los servicios de luz y agua. La ciudad quedó paralizada, y tardó varios días en volver a la normalidad.

Los tucumanos somos gente acostumbrada a los temblores, pero el del 2016 fue diferente. Fue un temblor que nos hizo sentir vulnerables y nos recordó que la naturaleza es más poderosa que nosotros.

Después del temblor, mucha gente se quedó con miedo. Tenían miedo de que volviera a temblar, de que sus casas se derrumbaran o de que sus seres queridos salieran heridos. Pero también hubo mucha solidaridad. Los vecinos se ayudaron entre sí, los voluntarios salieron a las calles a ayudar a los damnificados y las autoridades hicieron todo lo posible por restablecer los servicios básicos.

El temblor del 2016 nos dejó una lección. Nos enseñó que debemos estar preparados para los desastres naturales, que debemos ayudarnos entre nosotros y que, a pesar de todo, siempre hay esperanza.

Hoy, Tucumán sigue siendo una tierra de temblores. Pero también es una tierra de gente fuerte y solidaria. Y aunque la tierra siga temblando, nosotros seguiremos aquí, dispuestos a reconstruir nuestra ciudad y nuestras vidas una y otra vez.