Temblor-hoy




La tierra tembló hoy, y aunque fue breve, fue lo suficientemente fuerte como para sacudirme de mi estupor y hacerme pensar en lo efímera que es la vida. Mientras el suelo se agitaba bajo mis pies, sentí una oleada de sentimientos: miedo, asombro y una especie de extraña emoción.

He vivido en esta zona toda mi vida, y los terremotos son algo común. Pero cada vez que ocurre uno, me siento un poco más vulnerable, un poco más consciente de la fragilidad de mi existencia. Es como si la tierra estuviera susurrando un recordatorio de que todo puede cambiar en un instante.

El temblor duró solo unos segundos, pero se sintió como una eternidad. Mientras la tierra temblaba, no pude evitar preguntarme qué pasaría si fuera más fuerte, si durara más. ¿Podría soportar mi casa? ¿Sobreviviría?

En esos momentos de incertidumbre, me di cuenta de lo mucho que doy por sentado. El techo sobre mi cabeza, la comida en mi mesa, las personas que amo. Todos estos son regalos preciosos que podrían desaparecer en un instante.

Cuando el temblor terminó, me sentí tembloroso y desorientado. Salí de mi casa y miré a mi alrededor. Los árboles se balanceaban suavemente, los pájaros cantaban y el cielo estaba tan azul como siempre. Pero el mundo se sentía diferente.

El terremoto me había cambiado. Me había hecho apreciar más las cosas simples de la vida, las cosas que realmente importan. Me había recordado que el tiempo es precioso y que nunca debemos darlo por sentado.

No sé cuándo llegará el próximo terremoto, pero estoy seguro de que vendrá. Y cuando lo haga, estaré preparado. No con miedo, sino con un profundo aprecio por la fragilidad de la vida y una determinación de vivir cada momento al máximo.

Porque aunque la tierra pueda temblar, nuestro espíritu puede permanecer inquebrantable.