Recuerdo ese día como si fuera ayer. Estaba sentado en mi escritorio, trabajando en un proyecto, cuando de repente, la tierra comenzó a temblar. Al principio, fue un leve temblor, pero pronto se intensificó hasta convertirse en un rugido ensordecedor. El edificio comenzó a balancearse y las luces se apagaron. Estaba aterrorizado.
Me levanté de un salto y corrí hacia la puerta, pero estaba bloqueada. El techo comenzó a agrietarse y el yeso cayó sobre mi cabeza. El mundo que conocía se estaba derrumbando a mi alrededor.
En ese momento, pensé en mi familia y amigos. ¿Estaban a salvo? ¿Había perdido todo?
Por fin, el temblor cesó. Salí a trompicones del edificio y vi con horror la devastación que había dejado a su paso. Edificios derrumbados, calles llenas de escombros y gente llorando por sus seres queridos.
En medio del caos, vi a un grupo de rescatistas corriendo hacia un edificio derrumbado. Me uní a ellos y, juntos, comenzamos a buscar sobrevivientes.
Horas después, encontramos a una anciana atrapada bajo los escombros. Estaba débil y herida, pero viva. La sacamos con cuidado y la llevamos a un lugar seguro.
Ese día, me di cuenta del poder de la tragedia para unir a las personas. Vecinos que nunca habían hablado antes trabajaron juntos para limpiar los escombros y ayudar a los necesitados.
Perú ha pasado por muchas dificultades a lo largo de su historia, pero su gente siempre ha mostrado resiliencia y fortaleza.Hoy, el país se está reconstruyendo, más fuerte que nunca. Los edificios que fueron destruidos están siendo reemplazados por otros más resistentes, y las comunidades están trabajando juntas para crear un futuro mejor para todos.
El terremoto fue un recordatorio de que la vida es frágil y que debemos valorar cada momento que tenemos. También nos mostró que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza y la humanidad pueden brillar.
¡Perú, estamos contigo!