Mis queridos lectores, mientras caminaba por las tranquilas calles de mi amado pueblo de San Andrés Cholula, me encontré con un espectáculo que me dejó sin aliento: ¡un enorme socavón se había abierto justo en medio de la calle!
Era como un abismo que se tragaba el pavimento y los cimientos de los edificios cercanos. Los coches trataban desesperadamente de esquivarlo, mientras los peatones miraban boquiabiertos, paralizados por el miedo.
No pude evitar sentir un escalofrío recorrer mi cuerpo. Imaginé lo que podría haber pasado si alguien hubiera caído por ese inmenso agujero. El mero pensamiento me hizo temblar.
Mientras observaba el socavón, no pude evitar preguntarme cómo se había formado. ¿Una fuga de agua? ¿Un terremoto? ¿O quizás la tierra se había cansado de soportar el peso de los edificios y los coches que circulaban sobre ella?
La gente comentaba animadamente, ofreciendo sus teorías y especulando sobre las causas. Algunos decían que era un castigo divino, mientras que otros simplemente lo atribuían al azar.
En ese momento, un grupo de trabajadores llegó al lugar con excavadoras y herramientas. Comenzaron a cavar alrededor del perímetro del socavón, intentando contener su expansión.
Mientras los observaba trabajar, no pude evitar sentir una punzada de admiración. Estos hombres y mujeres arriesgaban sus propias vidas para proteger a los demás.
Pasaron varias horas hasta que finalmente lograron estabilizar el socavón. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Varios edificios habían quedado agrietados y algunas calles estaban cerradas al tráfico.
Pero incluso en medio de la tragedia, el espíritu de San Andrés Cholula brilló. Los vecinos se reunieron para ayudar a los afectados, compartiendo comida, agua y palabras de aliento.
Fue un duro recordatorio de la fragilidad de la vida y de la importancia de la comunidad. Y aunque el socavón pueda ser un inconveniente temporal, estoy seguro de que el pueblo de San Andrés Cholula saldrá más fuerte y unido que nunca.