Vuelo 601 Colombia




En un cálido día de junio, con el sol brillando intensamente y un cielo despejado, el vuelo 601 de Avianca se preparaba para despegar de Bogotá con destino a Nueva York. Como pasajero habitual de esta ruta, siempre me ha fascinado el ritual de abordaje, el bullicio y el movimiento de personas que se preparan para su viaje.

Mientras tomaba mi asiento junto a la ventana, no pude evitar sentir una punzada de emoción. Las azafatas, con sus uniformes impecables y sonrisas amables, проверяли los cinturones de seguridad y daban las instrucciones de seguridad. El avión tembló un poco cuando los motores cobraron vida, y pronto estábamos rodando por la pista.

Cuando el avión despegó, me recosté en mi asiento y contemplé la ciudad que se extendía debajo de nosotros. Bogotá, con sus rascacielos, edificios coloniales y exuberante vegetación, parecía un mosaico de colores y texturas. Al elevarnos hacia el cielo, pude ver los Andes que se extendían hacia el horizonte como una imponente columna vertebral.

El vuelo transcurrió sin incidentes. Las azafatas nos sirvieron bebidas y aperitivos, y yo aproveché para leer un libro y disfrutar de las vistas desde mi ventana. El vuelo fue tan tranquilo que casi me olvidé de que estábamos a miles de metros de altura.

Sin embargo, a medida que nos acercábamos a Nueva York, el clima cambió repentinamente. Las nubes se acumularon en el horizonte, y comenzó a llover intensamente. El avión se sacudió violentamente, y sentí una oleada de ansiedad recorriendo mi cuerpo.

Las azafatas hicieron todo lo posible para calmarnos, pero el avión seguía dando tumbos y sacudidas. Miré por la ventana y vi relámpagos en la distancia. El miedo me paralizó cuando el avión perdió altitud repentinamente.

En ese momento, el tiempo pareció detenerse. Ciegos por la lluvia y el viento, no podíamos ver nada fuera del avión. Oímos un fuerte estruendo y el avión se inclinó hacia un lado. Hubo gritos de terror y pánico, y yo me agarré con fuerza al brazo de mi asiento.

De repente, todo se quedó en silencio. El avión había aterrizado con seguridad en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy.
Habíamos sobrevivido al vuelo 601 Colombia.

Salimos del avión aturdidos y agradecidos. Habíamos tenido suerte. El avión había sufrido daños, pero nadie había resultado herido gravemente. Mientras esperábamos nuestro equipaje, no pude evitar pensar en la fragilidad de la vida y en lo agradecido que estaba de estar vivo.

El vuelo 601 Colombia quedará grabado para siempre en mi memoria como una experiencia que me enseñó la importancia de apreciar cada momento y a nunca dar nada por sentado.

¡Gracias por leer! Si disfrutaste de esta historia, compártela con tus amigos. Y si tienes una historia de supervivencia que te gustaría compartir, déjala en los comentarios a continuación.