Cuando digo que Xisco Nadal es el mejor delantero que he visto jugar en el Mallorca, supongo que muchos me dirán que estoy exagerando. Tal vez lo sea. Pero es que para mí, Xisco es más que un delantero.
Es un símbolo de mi infancia, de esos partidos en Son Moix que veía con los ojos bien abiertos, soñando con jugar algún día como él. Es el jugador que me hizo amar el fútbol, el que me hizo entender que este deporte era más que correr tras un balón.
Recuerdo perfectamente el día que debutó con el Mallorca. Era un chavalín de 17 años, con una cara de niño que no pegaba nada con su envergadura física. Pero en cuanto entró al campo, se transformó.
Era como si llevara jugando toda la vida en Primera División. Se movía con una soltura y una elegancia que no eran propias de su edad. Y lo mejor de todo es que tenía gol. Mucho gol.
En su primera temporada en el Mallorca, marcó 17 goles. 17 goles que nos hicieron soñar con volver a Europa. Y aunque al final no lo conseguimos, Xisco se convirtió en nuestro ídolo.
Era el jugador que siempre queríamos ver en el campo. El que nos hacía levantarnos de nuestros asientos cada vez que tocaba el balón. El que nos hacía creer que todo era posible.
Xisco Nadal no era solo un futbolista. Era un símbolo de nuestra ilusión. El jugador que nos demostró que, incluso en los momentos más difíciles, siempre hay esperanza.
Gracias, Xisco. Gracias por los goles, por las tardes de gloria en Son Moix y por hacerme amar este maravilloso deporte.