¡Zorra, zorra, zorra!
En el tranquilo y sereno bosque, donde las hojas crujían suavemente bajo mis pies y los pájaros cantaban dulcemente, fui testigo de una escena inquietante que me quedaría grabada en la memoria para siempre.
Era un día soleado de verano, el aire cálido y húmedo. Yo estaba paseando por un sendero forestal, perdido en mis pensamientos, cuando de repente escuché un ruido extraño. Era un chillido agudo, casi como el llanto de un niño. Me detuve en seco y agucé el oído.
Los chillidos parecían provenir de unos arbustos cercanos. Me acerqué con cautela, conteniendo la respiración. Y allí, entre las espesas hojas, vi algo que me partió el corazón.
Era un pequeño zorro, un cachorro, que estaba atrapado en una trampa. Sus patas diminutas estaban apretadas en el metal frío, y su cuerpo se retorcía de dolor. El pánico se reflejaba en sus grandes ojos marrones.
"Maldita sea", murmuré para mí mismo. No podía soportar verlo sufrir así. Saqué mi navaja y corté la trampa. El zorro chilló de nuevo, pero esta vez fue un sonido de alivio.
Lo cogí en mis brazos y lo acuné contra mi pecho. Temblaba de miedo, pero también de gratitud. Lo llevé de vuelta a mi cabaña, donde le di comida y agua. Poco a poco, su miedo comenzó a disiparse y se relajó en mis brazos.
Le llamé "Zorra", porque era una pequeña zorra astuta y valiente. Pasamos muchos días juntos, compartiendo historias y descubriendo el bosque. Zorra se convirtió en mi mejor amigo, y yo en el suyo.
Pero nuestro tiempo juntos tuvo que llegar a su fin. Una mañana, cuando Zorra estaba jugando en la hierba, vi a un cazador acercarse. Supe que tenía que hacer algo, y rápido.
Cogí a Zorra en mis brazos y corrí hacia el bosque. Corrí y corrí, sin parar, hasta que estuvimos seguros. Miré atrás y vi al cazador buscando en vano.
Liberé a Zorra en lo profundo del bosque, donde sabía que estaría a salvo. Me acerqué a ella y le di un último abrazo.
"Vete, Zorra", le dije. "Sé libre."
Zorra se alejó corriendo hacia la espesura, su cola ondeando detrás de ella. La observé hasta que desapareció entre los árboles.
Nunca volví a ver a Zorra, pero sé que está bien. Es una zorra fuerte e inteligente, capaz de cuidar de sí misma. Y aunque nuestro tiempo juntos haya terminado, los recuerdos que compartimos durarán para siempre.
Porque Zorra, la zorra que salvé de una trampa, no era sólo un animal. Era una amiga, una compañera y una fuente de alegría en mi vida. Y siempre estaré agradecido por el tiempo que pasamos juntos.